Las enfermedades cerebrovasculares (ECV) son la principal causa de muerte en todo el mundo1. Entre uno de sus principales factores de riesgo se encuentra la hipertensión arterial (HTA) el cual está fuertemente asociada al consumo desmedido de sal.
Frente a este problema de salud pública la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda la reducción de sal en la dieta como una estrategia efectiva que permite reducir la morbilidad y la mortalidad. Asimismo, se han propuesto diversas iniciativas para la reducción del consumo de sal (Feng y Cols., 2012), entre ellos reduciendo el contenido de sal en los alimentos procesados (Valenzuela y Cols., 2013) a través de políticas nacionales que combinan acuerdos sectoriales específicos, monitoreo gubernamental, además de estrategias comunicacionales y educativas (Webb y Cols., 2016).
De igual modo, en Argentina, Ferrante y col. realizaron un estudio que estimó el impacto de la implementación de políticas de reducción de la ingesta de sal dirigidas a personas mayores de 35 años; esta evaluación muestra que la intervención podría producir beneficios para la salud pública a un costo suficientemente bajo que compensaría ampliamente la inversión necesaria.
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